Hace días de días que tengo muchísimas palabras atoradas en los dedos y que no salen. Mucha gente viene a mi cabeza en forma de lectura, de pensamiento o de recuerdo, y eso hace que de tanta gente adentro, tenga ganas de poca gente afuera, y ese escribir que es a veces hablar sobre uno, no me anda saliendo fácil.
La gran pregunta que orbitó en la semana fue (recién me doy cuenta ahora) qué hacer con las imágenes, sean estas fotos, impresiones personales sobre otros, recuerdos de algunas épocas del país, gente conocida en viajes. Hay una especie de álbum interior que uno arma sin querer -y sin saber- con todo lo que recibe por los cinco sentidos, ya que cada uno construye una imagen particular en aromas, formas, conceptos. Mapas que hacemos de los territorios ajenos que al mismo tiempo conforman nuestro universo propio.
Qué hacer con las imágenes. Pero no con el genérico, sino con esto, aquello, esa memoria y tal emoción, la otra foto y ene recuerdo. Como dar vuelta los muebles de tu casa pero no exactamente, y a la vez momento peligroso porque es cuando en definitiva tenés necesidad de ordenar placards (con todo el embrollo domiciliario que implica), cambiar de música, dejar que la ola ruede todo lo lejos que pueda y mientras, seguir sacando más fotos.
Esto de sentir que el año sigue empezando con cada semana, que uno a veces es más o menos organismo, la necesidad de ordenarse un poco y de pensar qué imágenes nos quedan de los demás, cuán espejo somos, qué no queremos reflejar y cómo a veces inventamos lo que vemos.
Otra cosa a la que me lleva esto: hay personas nuevas que ya son bienvenidas, aunque todavía no se los haya dicho, gracias a esta cuestión de formas, mapas y palabras que reinventan las semanas y que me permiten parar un poco la pelota y mirar cómo viene la cancha.
Y al final, no sé sobre qué escribí, pero si salió era porque esto tenía que ser esto, una imagen más de lo que ustedes también seguramente imaginan.
Darle play al coso y empezar desde arriba todo de nuevo, para ajustar la imagen.