Te moriste, como se muere cualquiera.
Aunque pensándolo bien, no como cualquiera de todos esos que mandaste asesinar: expiraste en un ámbito cuidado y protegido, atendido y consolado.
En el fondo creo que te moriste porque a tu organismo ya le daba asco mantenerte vivo, si es que la naturaleza es sabia o por lo menos más sabia que la justicia humana; sí, esa justicia que jamás te rozó de cerca aunque fue una de tus mejores armas a la hora de administrar lo que la naturaleza brinda o niega, que es justamente la vida.
Te moriste incluso cagándole a tu esposa el aniversario de su llegada a este mundo, lo que no es poco. Casualmente, ella cumple años el Día Internacional por los Derechos Humanos, oh paradoja.
Fueron la muerte y la vida dos cosas que mantuviste bien asociadas durante toda tu existencia, hasta el día de tu último suspiro.
Te moriste tan solo como no te das idea, aunque las apariencias sean otras.