domingo, abril 10, 2011

Alejandra, la que sabía todo

Leo, en la página 17, la exacta descripción de lo que me sucedió 15 minutos antes de adquirir ese mismo libro:
Entro en una librería desconocida. Me dirijo a los anaqueles coloreados, llena de curiosidad y tensa de emoción. La esperanza de hallar algo nuevo es quebrada por la voz del empleado que me pregunta qué títulos busco. No sé qué decirle. Al fin, recuerdo uno. No está. Hubiese querido seguir mirando, pero sentía sobre mí el peso de esa mirada comerciante, tan estrecha y desaprobadora ante alguien que "no sabe" lo que quiere. ¡Siempre lo mismo!
¡Siempre hay que aparentar la posesión de un fin! ¡Siempre el camino rectamente marcado!
El texto está en "Diarios", de Alejandra Pizarnik, de Ed. Lumen. Unas horas antes había estado caminando con la cámara por el centro, pescando lo que hubiera por ahí, sin un camino rectamente marcado, sin fin alguno y sin saber que un par de horas después recordaría milagrosamente el título del libro de la gran P. que me faltaba, cuando una empleada de una librería me preguntó qué estaba buscando. Y el libro tampoco estaba, lo tuvieron que rescatar del depósito.

Andar por ahí sin un fin en particular a veces es estar con la percepción atenta a los posibles fines que se nos ofrecen casi simultáneamente y en el mismo punto. La elección del fin es instantánea y quizás mucho más reducida en tiempo y espacio, con la plena conciencia de que todos los fines son, al mismo tiempo, posibles y conllevan a una renuncia: a la de todos los demás. El "momento decisivo" del que tanto hablaba HCB quizás sea ajustar ese no-fin a uno solo: el decisivo momento en el que todo lo que sucede se conjuga en la mejor razón posible para adjudicarse el derecho a la inmortalidad.

Eso nos revela un detalle no menor: somos agentes de una inmortalidad para la que no hemos sido creados. Tenemos un tiempo finito para decidir sobre los no-fines posibles.

Sigue más adelante Alejandra:
Buenos Aires es como un costurero de una modista que trabaja en su profesión de hace unos treinta años. Cada vez que desea hallar el hilo dorado se lastima irremediablemente con infinidades de alfileres de cuya existencia no se percató.
Y me pareció que no es solamente una de las mejores metáforas sobre Buenos Aires, sino también una de las mejores metáforas sobre la fotografía, las gestiones de gobierno y las redes sociales, entre tantas otras cosas.


- La vida en el alfiletero -

1 comentario:

Wiipon dijo...

Mierda Paula, que buen post!
Que bueno poder leer tus momentos de inspiración. Este, claramente, es uno de ellos.
Cartier-Bresson es digno de mi mas profunda admiración/envidia; cada vez que paseo por algún lugar donde están los ya-tristemente-famosos-y-cada-día-mas-comunes cartelitos de "no sacar fotos", se me viene a la mente la cantidad de estos "momentos decisivos" que pasarán al olvido. Que triste.
No soy muy devoto de Dolina, pero HCB podría ser tranquilamente un integrante mas de la barra de los hombre sensibles del barrio de flores...junto a Allen, Mandeb Castagnino y el ruso Salszman.
Mierda, en serio que me gustó este post.
Saludos.