miércoles, octubre 03, 2007

las florcitas y los pajaritos

- Allá por el paleozoico -
Hace pilísimas de años, en una juguetería del barrio tenían un mirlo maina.
El mirlo maina es un simpático avechucho para su dueño -que por algo lo tiene- pero puede convertirse en una terrible bomba de estruendo sobre quien no sepa de sus costumbres.

Resulta que este pajarito tiene un grito un poco agudo -muy agudo- y si uno mide un escaso metro diez y el dueño del local tiene por costumbre poner la jaula sobre una mesita a esa altura, al primer grito del bicho lo primero que sucederá es, otro grito casi del mismo tinte, pero proferido en este caso por uno mismo. Al segundo grito del pájaro, se buscará refugio entre las polleras maternas, y al tercero, se huirá en estampida unipersonal hacia la calle. De más está decir que se experimentará cierto nerviosismo cada vez que se pase por el frente del negocio, mezclado con la ansiedad típica que causa en un infante mirar la vidriera de una juguetería. A largo plazo: odio a cualquier tipo de pájaro bochinchero, especialmente mirlos maina y cotorras.
Pero se puede vivir con eso (por el momento).

- Un mirlo de película -
En el año 1939, el amigo Chuck Jones comenzó a dirigir para la Warner Brothers la saga de Inki, donde podíamos ver a un simpático africanito persiguiendo a un pájaro negro de pico amarillo que caminaba a los saltos al ritmo de una particular melodía (The Fingal's Cave, de Mendelsohnn). En este caso tanto perseguidor como perseguido jamás pronunciaron una palabra en los 5 cortos donde "trabajan" juntos -Little Lion Hunter (1939), Inki and the Lion (1941), Inki and the Minah Bird (1943), Inki at the Circus (1947) y Caveman Inki (1950)-, pero al día de hoy nos acordamos de ellos.


En efecto, el que aparecía saltando tan siniestramente burlando cada lanzazo de Inki, era un mirlo maina aunque esta vez lo que nos ponía incómodos no era su grito, sino su silenciosa calma.

El domingo, paseando por la Reserva Ecológica, pudimos ver paradito y posando para el público al mirlo que se ve aquí abajo, tomando sol como cualquier ciudadano y especialmente atento a la cámara.


Ah, ¿qué pasó con el mirlo de la juguetería? El dueño lo terminó regalando, por plomazo.