momento de reflexión paternóstrica

Los chicos crecen, señora.
Llega el momento en el que uno, paupérrimo ser que ha luchado por inculcarles un buen gusto musical llevándolos a cuanto recital ha podido, ve recompensada con creces la dedicación puesta en eso.

Haciendo el retrospecter, quien esto escribe recuerda cómo hace un par de años esa borreguita, ese pecetito parido por una cayó a la casa con un disco en la mano gritando "má, no sabés qué buena banda encontré!!!"; y una que es gila pero no tan de estopa, condujo al pequeño brote que lleva nuestro apellido hasta la discoteca casera y le dijo "ahí tenés todos los demás discos de esa banda", le contó cómo eran los recitales que daban y cantó con ella a gritos alguno que otro tema.

Esa semillita a la que hemos dedicado la lucha, la vida y el elemento (económico en cualquier formato), viene un día y dice "má, puedo ir?".
Una, que no ha tenido esa edad la posibilidad que ella ahora tiene en sus manos -acceder al (respiren y pronuncien esto:) primerrecitalquemecambiarálavidaparasiempreydelquemevoyaacordarcuandotenga80años-, ablanda la manito y mientras escucha "cla, pero estos se juntan, la levantan en pala y después se separan de vuelta, e igual quiero ir" -porque la borreguita la tiene clara, clarinetísima-, piensa que sí, que por qué no, que es el momento oportuno para dar ese-permiso que la piba quiere, desea, necesita, y que quizás constituya uno de sus mejores recuerdos de la adolescencia.

Hay una borreguita por ahí que estrenará su vida de recitales con amigos, yendo a ver a Soda Stereo. Se merecen mutuamente la ocasión.