sábado, abril 21, 2007
la lluvia
Una de las metáforas a las que más se suele recurrir es a la de la lluvia interior: al yo protagonista le llueve el día y se le llueve adentro. Decir que se le llueve es explicar equiparando la tristeza con esa fuerza de agua que lo invade todo, que todo lo moja y deja blandito, con olor raro, sin brillo (lo único que brilla cuando se lo moja, es una piedra), enumerativamente hastiante y desintegrado.
Las lágrimas que a nuestro yo protagonista le broten serán la manifestación externa de su lluvia secreta. Tiene que decir, incluso, que llueve, que está todo mojado y que llora, aunque no se sabe muy bien si por la lluvia o (generalmente sí, es) por otra cosa un poco más importante que una confabulación de malévolos cúmulus nimbus contra sus planes de sol y alegría.
Nuestro yo protagonista nos agota (y se licua) en el relato de su agua y jamás nos contará de sí su arcoiris a posteriori el moco. ¿Habrá arcoiris a posteriori el moco? Leyendo a nuestro yo protagonista nos da la impresión de que más vale, mirá, ¡si es un vasito de agua, no tormenta!
Macabra nuestra concepción de su ahogo, siempre tan poco para nosotros, tan distantes de cualquier prójimo.
Se hace de noche, la luz toma por protagonistas a las piedras, que con tanta agua, salen a brillar con psicodelia negligente por sobre la tristeza de una tarde sin colores.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
4 comentarios:
Empapate que vale la pena.
Yo digo que suele haber arcoiris a posteriori del moco. Lo que pasa es que, a veces, se hace desear. Y taaaaaaaaaaaarda en aparecer.
Se que no tiene mucho que ver, pero me emocioné al ver el empedrado y las baldozas de pancitos color amarillo.
Sniff
'Hai visto come piove,
guarda come viene giù
tu che dicevi che non pioveva più,
che ormai non ti saresti più innamorata e adesso guardati sei tutta bagnata...' (Jovanotti)
Bello texto, Farfallina!
Publicar un comentario