jueves, abril 12, 2007

costumbres orgánicas

Por el sonido que hace sé cuánto falta para que llegue, sé por qué piso va y ese mismo sonido es una especie de música que podría ser transcripta de alguna manera, mas desconozco el procedimiento adecuado. Pese a que hace muchos años que ya no vivo ahí, tengo el recorrido del ascensor desde la planta baja hasta el departamento de mis viejos tatuado en la sinapsis.
Aún cuando le hayan cambiado cables, el revestimiento y las puertas (el ruido que hacían las puertas tijera ahora vive nomás en mi recuerdo), el motor, la musiquita del motor de ese ascensor y el bamboleo de la caja por el hueco más el sonido del contrapeso, es algo único en el mundo.

Uno tiene la costumbre del tiempo que tarda en subir o en bajar del piso tal al cual, también metido por ahí. Nunca falta el gracioso que abre la puerta y dice "ah, bajás?" y te hace saltar del susto: esa pequeña parada no estaba prevista en el hábito del desde-hacia y es una desconfiguración de nuestros propios planes, porque rompe el equilibrio de la costumbre.

Esperar el ascensor también es un hecho calculadísimo. Por el sonido que viene haciendo por el hueco, aprendí a descular en qué piso estaba aún antes de que pusieran los visores con numeritos al lado del botón. El sonido implica un tiempo, una cadencia. Darse vuelta justo justo cuando está llegando el ascensor (aunque no lo veamos venir ni miremos los números) es algo completamente irracional e inconsciente.

Ahora viviendo en planta baja, extraño esa costumbre ascensórica de ir escuchando los ruidos (si tenés dos ascensores en tu edificio, fija que recordás los de los dos, pero uno te es más afín con tu ritmo personal y es el que te tomás siempre) y la cadencia del subir y bajar del cajón con cables.

A la gente en mi edificio que usa el ascensor, la tengo dividida en dos grupetes:
1) esos-inconscientes que toman el ascensor que está adelante, el que hace pi pi pi pi pi cuando sube y piri piri piri cuando baja, gente a la que supongo que grita cuando habla, deja cagar a su perro en medio de la vereda, desperdicia agua y se afana todos los vueltos que puede.
2) esos que pasan sin armar bardo y se toman "el 2", como le digo yo, que es más simpático, menos bochinchero y tiene una garganta más baja que el 1 (que por supuesto tiene voz de pito) ---> sí, yo conservo cierto animismo infantil aún.

Hace años que vivo en este edificio y no me sé la musiquita de ninguno, cada portazo es una novedad en el trato que le dan a la puerta plegable, y con suerte, puedo adivinar el humor de cada uno que baja "leyendo" sus pasos en el pallier y su actitud al bajar del ascensor.

Nuestro cuerpo expresa lo suyo en cada movimiento, mide sin saber que está midiendo, sabe contar segundos y distancias y tiene incorporados trayectos tan bien como (diría mi abuela) "el carro del lechero".

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuando vivía en Belgrano, estaba el living al lado del motor del ascensor. Pero ya ni lo escuchaba. Chuiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin. Buuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.

No sé reproducir esos sonidos. :P

The Bug dijo...

Bueno, esos sonidos no son ni más ni menos que tecnomatopeyas.
En el Exonario de Jorge Mux pueden encontrar una buena definción al respecto.

Pero Bater, lo mío es peor.
Vos te acostumbraste tanto a los ruidos familiares del ascensor que los tenés incorporados a tu "escencia".
A mi en cambio me vibra el celular en la cintura y cuando lo voy a agarrar me doy cuenta que está sobre la mesa y no siquiera estaba vibrando.
Debe ser el aura de los celulares que nos llama desde el más allá.

doble_cinco dijo...

Siempre tome el mismo pero mas que nada por la flojera.

Vivo en el ultimo piso que es par (10), y el impar siempre me hace subir escaleras.

Saludos desde Chile.

Weltklang dijo...

Muy lindo. En serio. Me pusiste a pensar en los sonidos que se me quedan pegados a la memoria.
Cuando era muy chico, mi papá trabajaba en una estación de servicio, de esas viejas, con azulejos blancos en las paredes de la playa, y sereno, y sin servicompras. Quedaba a un par de cuadras de casa, a mitad de camino entra casa y el jardín de infantes, o sea que a mi viejo lo veia en el trabajo, como minimo, dos veces al día. De esos pasos fugaces por la estación, de los cuales me iba llorando en brazos de mi vieja, porque no me interesaba ni ir al jardín ni volver a casa, sinó quedarme con mi viejo, recuerdo como si fuera en este mismo instante el eco que producian los sonidos de la avenida contra la pared azulejada del fondo de la estación. creo que me puedo olvidar de algunas cosas que hice esta mañana, pero no me puedo (ni quiero) olvidar de ese sonido.

Bater ¿sabes que escribís muy bien?

chicle dijo...

Uy! Alguien que me explique porque yo también siento vibrar mi celular en el bolsillo y está en una mesa a tres metros.

Paula dijo...

aaaaaah!! plaga de bolsillos con vida propia que vibran cuando los celulares les mandan ondas telepáticas!! XD

Voy a buscar lo de Mux, don Bug. Seguro que me gusta.

doble_cinco no entendí, subís hasta el 9 y el último es por escalera?

welt: señorito, ud. escribe muy bien, lo mío es incontinencia tipográfica.

numaleon dijo...

En fin, sos como los gatos, que saben perfectamente quién está viniendo.

Y lo del "ah, bajás?" uno no sabe cómo disimular cuando le pasa.

Anónimo dijo...

TOTAAAAAAAAAAAAAAAAAAALMENTE.
TAL CUALÍIIIIIISIMAMENTE EXACTO.
No sólo me sabía la música del ascensor de mis viejos hasta el sexto piso, sino que además le inventaba letras!!!!!!!!!!!!! Tenía miles de canciones del ascensor.
Este verano, finalmente le cambiaron la puerta y le pusieron el tecladito con visor (sentí una tristeza inexplicable) y ahora sabemos dónde está el muy puto, pero puedo seguir adivinando el piso con los ojos cerrados.
Otra que me gustaba hacer:
cerraba los ojos, me agachaba, escuchaba el sonido y había un momento muy específico, que era un microsegundo antes de que arribara a destino, en el que había que saltar y entonces se producía un fenomeno producto de la gravedad y el salto que te hacía sentir como atraída por un imán. Sólo los expertos sabíamos cómo lograrlo!

Paula dijo...

Paula, tal cual.
Con mi hermano hacíamos esa de saltar, pero a medida que íbamos creciendo tuvimos que dejar de lado eso, porque sino se iba al carajo el ascensor, con nosotros adentro (las bestezuelas saltábamos cuando subíamos y cuando bajábamos también.)

Anónimo dijo...

Me encantan los ascensores, pero viví siempre en casa, así que al joraca con las anécdotas.

Pero por el ruido de la llave en la puerta puedo adivinar quien viene. O simplemente por los pasos ((el de una abuela es más chancleteado, el de la otra es triple por el bastón, mi hermana cortitos y al pie valga la redundancia, mi viejo largos y tendido, etc.))