había una vez

Había una vez un viernes que a Buenos Aires se le caía encima, como si alguien le tocara un hombro y le pusiera en las manos una bolsita con muchas, muchas vidas adentro.

Había una vez un viernes que estaba nublado. Mucha gente ni se dio cuenta, la luz de tubo de la oficina los hacía fotosintetizar mejor expedientes, papeles y formularios.

Había una vez un viernes en el que el subte pasaba igual que todos los viernes: como cualquier otro día de la semana, por sus vías y no por el medio del cielo.

Había una vez un viernes en el que los pasajeros de todos los subtes tenían la cabeza en otra parte, menos en el subte. Cientos de decapitados con sus pensamientos en otro lado deambulaban por andenes y escaleras más chochos que nunca.

Había una vez un viernes en Buenos Aires en el que el mes de marzo entraba todo en un viernes. Quizás también entraba todo el otoño, pero recién cuando sea más de noche te confirmo, viste, es viernes y tengo la cabeza en otro lado.